20101115

VITTORIA

Ella gritaba encerrada en el asqueroso baño público. Gritaba hasta quedarse sin aliento. La blusita blanca estaba mojada por las lágrimas que el frío secó en su rostro. Su llanto se teñía de negro por el maquillaje barato que disfrazaba su soledad. Afuera, el mal rondaba, esperando, husmeando como una loba en celo. El cabello, lacio, negro y artificial se le enredaba en las manos. Se estremecía entre los gemidos desesperados que resonaban en su alma. Tenía frío. Seguía gritando. ¿Qué se siente que te quiten el corazón y después lo peguen con un chicle masticado en una pared cualquiera? ¿Qué se siente que te cierren la boca con un curita? Ella siempre fue callada, tímida incluso. Siempre se podía contar con su presencia. Siempre tuvo en los ojos una luz demente, un destello moribundo, pero los que la rodeaban no alcanzaban a notarlo. Ellos, todos ellos, se limitaban a tratarla como idiota, una bella idiota, y ninguno, ninguno de ellos la amó. No, no con ese amor que quema el espíritu y el cuerpo. Cuando mucho un roce, una sonrisita, un hola y adiós apresurados, y nada más. Hasta ese día, cuando por fin lo consiguieron. Despertaron el horror que en ella había. La pusieron a gritar, histérica. La hicieron llorar. La hicieron temblar y jalarse el cabello. Ella pudo con todos, con todos ellos, desde su único novio, que la acababa de dejar por su única amiga, hasta el taxista que le había cobrado de más en la mañana. Pudo hasta con su hermana y con su profesor de química. Todos sufrieron su ira, hasta entonces oculta por una fría dulzura. “Todos me la van a pagar. Todos van a acordarse de mí. Yo soy la bruja, Soy la novia de la soledad. Todos, todos van a escuchar mis gritos.” Esas fueron las palabras que Vittoria repitió sin cesar, por horas, el día que se convirtió en asesina. Una navaja oxidada que encontró en la calle y ella. Vittoria aguardó en el baño, cumpliendo su promesa, sellando con estruendo las tumbas de sus muertos. Gritó hasta que la policía irrumpió en los sanitarios y se la llevó a rastras. Hoy seguimos gritando, las dos al mismo tiempo, en el mismo lugar, y estamos seguras de que hasta tú nos alcanzas a oír.


Texto: Andrea González
Ilustración de Yako Rabbit

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Diga usted!