20101130

LA MALDICIÓN

“No hay lugar en este mundo para un fuego como el nuestro” 
 Frank Miller. 

 Es un vicio, una adicción, es deseo, persecución. Tus ojos recorren mi cuerpo ansioso, temblando de frío en medio del fuego inverosímil que nos consume. Tus dientes presionan con desesperación tu lengua, tus labios. Lentamente, sin respirar, me deshago del estupor que me provoca mi ropa. Me quedo sin ataduras, sin blusa destapada, ni pantalón ceñido a mis piernas, descalza. Con la torpeza del entusiasmo de mis manos, hago que caigan los restos de misterios que me estorban, que atrapan. Me acercó con lentitud, pero tú te abalanzas con besos mortales que detienen mi respiración, ya de por sí débil. Me besas en la boca, con tanto deseo, que casi duele. Muerdes mis labios, y tus manos pasean con fuerza por mi cuello, por mi pecho, por mi vientre, por mis muslos, y se detienen en mi cadera. Presionan mi piel mientras yo toco tus hombros, y me detengo en tu espalda. Te muerdo el cuello mientras tú me abrazas. Me desespero, te quito la sudadera obscura y la playera blanca de un solo movimiento. Me encuentro con tu piel morena, y la abrazo con la mirada mientras bajo mis manos a tu pantalón. Tiemblas, sacudido por la certidumbre de la realidad, y miras con los ojos nublados cómo me arrodillo para bajarte el cierre. Tus bóxers no podrías ser más inoportunos, y en un arrebato sórdido, los arranco con mis dientes. Por fin solos, sin más testigos que nuestros propios cuerpos calientes y abochornados, nos tenemos pecho a pecho, sexo a seco, boca a boca, piel a piel, nos poseemos, y nos movemos al ritmo de los suspiros que se nos escapan como nubes. Te recorro completo con mi lengua, y tú haces lo propio con tus ojos. Sientes todo. Mis senos, mi cabello, mis uñas, resbalando por ti, y sin perder un minuto más, te vuelvo a sentir, muy dentro. Jadeos, no respiración. Gemidos, no voces. Más y más rápido, y luego más y más lento, hasta que el infiernos nos cubre de mariposas azules, y, tras los últimos besos tibios y adoloridos, tras recorrernos suavemente con los dedos por última vez, es hora de ir cada quién a su rumbo, hasta que nos volvamos a encontrar. Está dicho por los dioses: éste es un destino, es un vicio, una adicción, es deseo, persecución.

Texto: Andrea González
Ilustración de Jun Suemi

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