Andrea González
20101130
VISITA
Las luces de la ciudad se mezclan y se confunden con las estrellas, de forma que no sé dónde inicia el cielo. Los autos pasan a mi alrededor, como si fueran dardos. Sigo andando. Camino hacia adelante, y no me detengo. Mi cabello vuela, impulsado por el viento frío y desdeñoso; parece que miles de jaguares corrieran a mi lado. Lucho contra la marea de foquitos de fantasía que amenazan con golpearme Debo llegar a verte. La delgada playera se me mancha de tierra, y mi viejo pantalón se rompe cada vez más… pero no, no paro, nada puede detenerme; yo no puedo morir… no puedo… no muero… ¿porqué no puedo? ¿Por qué no me muero? ¿Por qué ningún auto me arrolla? Escucho los lejanos aullidos de llantas y cláxones (¿se escribe así?) como himnos de muerte enterrados, levantándose cual fantasmas desde el asfalto, pero no me muero. Y camino sin pensar, pero pensando, y pienso en la vida, en la vida que es una mierda, en las mentiras, que son ya lo único puro que queda, en el maravilloso fraude que es enamorarse del engaño… en los errores de la naturaleza, como tú y como yo…
—¿Sabes? La vida no vale la pena, y los que piensen lo contrario, no han vivido como nosotros… y por lo tanto han estado muertos todo el tiempo.
Y mientras escucho tu vos, bordeando las banquetas, camino para llegar a verte. No observo el camino, pero sé que no falta mucho. Por fin dejo detrás las avenidas, los semáforos, los estruendos de la tormenta terrestre, el frenesí, mi vida, tu vida, y tu vos… y la puerta blanca aparece de golpe frente a mí. Me da miedo, mucho más miedo que caminar en medio de una carretera. No toco la puerta. Sé que no abrirás…
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