20110630

EL PERRO

Asustado por su fiero padre lobo, los perros huyeron con bestias menos fatales y se refugiaron entre los hombres. Si no encontraron la felicidad, por lo menos se sintieron más seguros entre los humanos que entre los cánidos superiores a ellos.
Desde entonces, los perros son protectores o prófugos, amigos o causas de alergias. La mayor parte del tiempo, portan entre su carne y sus suaves pelajes invasores extraterrestres que más tardan en llegar que en ponerse a chupar la sangre de sus nobles víctimas. Estos intrusos, sin saberlo, a veces proporcionan a los perros (especialmente a los más ociosos) un entretenimiento que además les permite conocer mejor cada inexplorada parte de su cuerpo cuadrúpedo.
Los perros tienen un extravagante sentido intuitivo para olfatear el humor de sus amos. Han lamido la cara de la única mujer que no se quedó ciega en los delirios de Saramago, se acercaron pidiendo comida a las gatunas mujeres de Pérez Galdós, e incluso acompañaron a Ulises en sus aventuras. Son seres generosos, dispuestos siempre a reconfortar con tal de ganarse un paseo alrededor del cariño de la gente.
Su gracioso andar a trotes, el indagar de sus hocicos entre objetos que sólo revelan a ellos su magia, su empeño por defender sus pequeños tesoros, convierten a los perros en criaturas dignas de representar a la naturaleza extraviada hasta en las más grandes urbes. Se han ganado la maldición que ellos tanto disfrutan de ser la mascota por excelencia. Sólo los perros podrían contarnos sus motivos ocultos, y posiblemente dirían que no tienen la felina necesidad de ocultar nada.

Andrea González

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