Desde que empezamos hace seis meses con las lecciones básicas (“A ver, la A con la B suena Ba, la E con la Be suena Be…”), hasta el día de hoy, que por cierto celebramos mi cumpleaños 18, mi hermanito ha hecho progresos insospechados: ya puede leer, de corrido y sin detenerse, hasta dos páginas seguidas. Claro que después tiene que volver a leer los textos dos veces: primero para entender lo que significa cada palabra, y luego para medio disfrutar del contenido literario. Porque todo lo que le enseño a leer, y que después el transcribe obedientemente, tiene una profunda importancia literaria. Es que yo tengo 18 años y un intelecto mucho muy superior como para aplicarle a mi hermano la maldad corporativa de la industria del cuento infantil. No, no, no. Mi hermanito se saltó el “Patito Feo”, y mejor leímos El Retrato de Dorian Grey, que es lo mismo pero más crítico. No leímos Pinocho, pero le enseñé a no decir mentiras con el ilustrativo ejemplo de “El Corazón Delator”. ¿”Caperucita”? Sí, desde luego, es un clásico que no debe perderse, pero la versión real, donde la niña también se come a la abuela, porque es mucho más divertida que donde matan al lobo. En lugar de “Hansel y Gretel”, le leí “La Cena” de Alfonso Reyes, que va de lo mismo pero con una estructura más fresca. De Peter Pan ni hablamos, pasamos directamente a “Macario” de Juan Rulfo, para que adquiera desde pequeño un buen estilo narrativo.
Es un niño muy inteligente. Ha tenido problemillas, desde luego, sólo es un niño de cuatro años y ya es un incomprendido. Sus compañeros no lo quieren porque dicen que es raro. A su maestra (guapa pero idiota, sin duda) le preocupa que los dibujos que entrega en clase se parecen más a los bocetos del Greco que a los despreocupados trazos que ella enseña. Debería darle gusto, ya muchos quisieran haber empezado a refinar su escritura a una edad tan temprana. William Faulkner no podría estaría muy orgulloso. Claro, no sabe de acentuación ni puntuación, pero esos son artilugios menores que se adquieren con el tiempo.
Dos meses después…
Se acabaron las clases particulares. Niño idiota. Se le ocurrió escribirle una cartita a su maestra...
Andrea González
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