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Y la batería retumbando en mis oídos como si no hubiera un mañana, grabando mis pasos en el corazón de una ciudad que es todas las ciudades. La guitarra con el viento, agitándome el cabello. El bajo resbalando por mis axilas. El teclado haciendo más grande el bulto de mi pantalón. La batería, la batería. Entonces sentí un dolor terrible en la cabeza. Mis orejas botaron los audífonos. Me quedé parado como idiota a la mitad de la calle, en la banqueta. Me apreté los oídos con las manos. Escupí el cigarro. Se me cayeron las gafas. Lloré y grite.
De mi oreja derecha salió
bailando un hombrecillo. Bailaba y reía. Escaló hasta mi coronilla y ahí se
puso a brincar y a hacer saltos dobles y marometas. Luego se colgó del mechón
de pelo y resbaló hasta que su pequeña cabeza estuvo frente a mis ojos. Me
sonreía. Me dio un beso en la frente y bajó resbalando hasta el cuello de mi
playera. Pude verlo más o menos con claridad: era un hombre, pero miniatura, un
poco más grande que mi mano, pero no tanto como una figura de acción. Estaba
muy flaco. Tenía un suéter negro y pantalón gris de mezclilla. Su pelo estaba
más parado que ninguna otra cosa que hubiera visto en la vida. Sonreía y
bailaba. Luego hizo un salto marometeado hasta mi hombro, y de ahí se lanzó
hasta mis orejas y se metió en mi cabeza de nuevo. Creo que el infeliz se acuesta con las chicas
de mis sueños. Espero no volver a verlo nunca, aunque supongo que volverá a
salir, cuando tenga ganas de bailar...
Andrea González
Ilustración: Cinthia Flores
Jeje de seguro volvera a salir! Comprale su gel
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