En memoria de Pablo, un mago verdadero.
El fabuloso Gugo Bobanni espera impaciente a que den las cinco de la tarde y el teatro esté lleno. Con el telón como escudo, ensaya su acto en el escenario a medio decorar. Camila, su único público, sigue con su pico los movimientos de la capa del mago de bigote a medio rasurar. Las fanfarrias suenan en su imaginación. Ante sus ojos verdes, las luces de colores se encienden. Alguien grita su nombre, y una multitud, por ahora inexistente pero como siempre fascinada, se queda afónica de tanto gritar su nombre y adolorida de tanto aplaudir. Gugo hace una reverencia. Se quita el sombrero de copa y lo ofrece al público, aún sin enderezarse. Del sombrero brotan unas llamas azules que se extinguen dejando un montón de florecitas y confetis en lugar de humo. Camila aletea y cacarea mientras busca las florecitas en el piso. Enseguida, el fabuloso mago se desprende de su capa y describe con ella un amplio movimiento. La capa se convierte en un cuervo que cruza el reducido espacio entre la pared y el telón y, justo antes de escapar por una de las ventanas, baja en picada y se estrella en el piso… o eso parece. El cuervo se ha convertido en la sombra de Gugo, proyectada en el piso de madera del escenario. La inventada concurrencia hace temblar el suelo con sus gritos de admiración, y el fabuloso mago saca de su sombrero un delicado huevecillo de cristal, que coloca en el piso, cerca de Camila. Camila observa con atención cómo Gugo mueve sus manos alrededor del huevo y éste crece hasta transformarse en una descomunal estatua de conejo, con orejas tan largas que casi tocan el techo del teatro. Como si fuera una envoltura de papel o de aluminio, el cristal se rompe poco a poco por la mitad, y una vez que la separación de las dos partes de la figura es total, un montón de conejitos de chocolate salen brincando del interior y se pierden por las escaleras que conducen a los amplios camerinos. Camila sale del escenario aleteando, asustada. Ahora que está solo, Gugo aprovecha para practicar dos de sus actos más difíciles. El primero lo ha hecho famoso, grande, importante, respetado. Es una obra de arte. Gugo saca de su sombrero el extremo de un listón y lo jala durante casi dos minutos hasta que lo tiene por completo en sus manos. Entonces lo frota hasta que está muy caliente. Lo frota hasta que empieza a salir humo de sus manos. Separa sus palmas y en lugar del listón hay ahora una muñequita. Una muñeca de tela que Gugo pone en el suelo y que camina de un lado al otro del escenario. Una muñequita con vida, que baila y manda besos con sus manitas de encanto. Camina hasta Gugo, que le ofrece su sombrero de copa y ella entra y desaparece. Gugo pone su sombrero en el piso en una mesita que apareció delante de él y en cuanto da un paso atrás, el sombrero se convierte en un pequeño carrusel, y la muñeca aparece montando uno de los caballitos. Luego Gugo toma la mano de la muñequita y esta se deshace hasta ser de nuevo un listón, mientras el carrusel poco a poco vuelve a convertirse en sombrero.
Ya casi son las cinco, y a Gugo sólo le falta un truco por practicar. Es un experimento, pues nunca ha probado hacer magia tan avanzada, pero no significa ningún problema para un mago de su categoría. Lo practicará para entretenerse y no ponerse nervioso, pero es un hecho que él no necesita practicar: la magia es un juego de niños para el fabuloso Gugo Bobanni. Así que Gugo se frota las manos y saca de su sombrero una pelota de plastilina verde, que hace botar contra la duela hasta que alcanza una altura descomunal. Está a punto de romper una de las lámparas del techo, cuando a la pelotita le salen cola y orejas. Para cuando toca el piso, la plastilina ya tiene escamas, hocico y garras. Es un monstruo verde sentado en el piso de madera, observando a Gugo hacer malabares con esferas de colores. Gugo se las arroja a su monstruo, que las engulle sin moverse ni parpadear. El mago sonríe, satisfecho. Lo siguiente será que los explosivos hagan efecto en el estómago del monstruo y éste se contraiga hasta desaparecer, dejando en su lugar un hermoso espectáculo de fuegos artificiales, con el que dará por terminado el acto. La concurrencia se volverá loca, aplaudirá, gritará, arrojará rosas al escenario. Gugo será nombrado animador oficial de la corte. Las mujeres irán a su camerino y le pedirán que las convierta en reinas. Los hombres lo cargarán en hombros. Reyes y reinas harán procesiones desde los lugares más alejados del mundo para ver su acto. Pero todo eso no pasará. Gugo despierta de sus fantasías justo a tiempo para ver a su monstruo sacar una lengua larguísima y viscosa, que se enrolla alrededor de su mágico cuerpo. El monstruo vuelve a meter la lengua, esta vez con Gugo adentro. Unos segundos después, los explosivos, como predijo su creador antes de ser devorado, hacen explosión, y el mosntruo desaparece, y con él el fabuloso Gugo Bobanni, que alcanza aún a pensar que faltan sólo cinco minutos para las cinco de la tarde.
Andrea González
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