A un caballero que inspiró cada palabra, y otras no escritas.
La lluvia es ruidosa. Por una vez parece estar de acuerdo conmigo en que no hay mejor momento que la noche para inundar las ruinas de algo, de lo que sea. El agua me arrastra, me estampa contra el pavimento. Me lleva a algún lugar presagiado en antiguos sueños, a algún sepulcro incendiándose, a algún infierno consumiéndose. Esperaba encontrarte en mi excursión a las cuevas comunitarias, pero no estabas. Tu ausencia era obvia, la explicación también: son las dos de la mañana, y es evidente y nada sorprendente que tú sí logras conciliar el sueño. Debes estar cómodamente recostado en tu cama de algodones ensangrentados, con mi aliento cobijándote, protegiéndote de la oscuridad que me va llenando los pulmones al ritmo de tu paz. Tu paz es mi maldición. Sólo una maldición. La otra maldición es tu recuerdo, que en primer lugar se convierte en sitio común de poetas náufragos y bandoleros lunáticos. Sí, tu gastado recuerdo, tu gastado y viejo recuerdo que invoco al pronunciar la palabra "vuelve". El eco suplicante se amplifica hasta encarnar tu cuerpo desnudo en mi cama, y él me abraza y me deja besarlo y me jura que no me abandonara nunca, y trata en vano de ser tú, y me dice que me pertenece. Muchas noches he dormido abrazada a el, aferrada a sus cabellos y a su aroma, que no es mas que tu aroma deformada. Pero no ésta noche de lluvia.
Al principio mi semblante permanece inexorable, soy fuerte, lo soy. Le informo al fantasma lo delicado de mi estado, lo frágil de mi condición, el porqué de mi despedida. Entonces mis ojos se deshacen en gotas muertas revueltas con tus sonrisas esquivas y ya no soy tan fuerte, pero aún consigo arrastrarme al otro lado de la cama. Siento que esa maldita sombra fantasmal me abraza y escucho sus chillidos de desesperación y oigo cómo ruega que no la deje perderse en las tinieblas de la soledad, pero ya decidí y vuelvo a ser fuerte y no necesito ver hacia atrás para saber que no hay nada, ni siquiera nada. Mi voluntad y tu recuerdo son una pareja maniática, pero bien coordinada. Se las arreglan para engendrar una bestia licántropa enardecida y mojada y rabiosa. Debí obedecerte y alejarme hace mucho tiempo. Las fauces del lobo se cierran, completando el augurio que inicio con la lluvia, y mi corazón… mi corazón ya no vuela, ya no suplico a las lunas que lo atrapes, te lo has cenado antes de dormir. Tampoco quiero que vuelva. Tampoco olvido que fue tuyo hasta hacerme rabiar, hasta volverme taciturna, hasta volverme bruja. Te agradezco todo, hasta lo que esta por venir. Nada, ni siquiera nada.
Sé que al contacto con el agua me convertiré en una muñeca de harapos, y la madrugada me marchará de auroras plateadas y no habrá elixir capaz de revivirme, ni cuervo deseoso de picotearme, ni hada que intente transformarme. No habrá lunas llenas que no se vacíen ante mi precipicio, ni desiertos desolados que no se inflamen ante mi mirada, ni terremotos universales que no se estremezcan bajo mi respiración volcánica. No habrá una sola primavera que sobreviva a mis dragones, ni un sólo dragón que sobreviva a mis zarpazos, ni un sólo zarpazo capaz de resistir mi paso desvanecido por las selvas. Reposaré en el castillo, y nada, ni la nada lo impedirá. Y no habrá fin después del siguiente punto, así que cerraré los ojos ahora, y te dejaré libre, y ya no serás mi personaje y por fin desapareceré de un mundo que no es el mío.
Al principio mi semblante permanece inexorable, soy fuerte, lo soy. Le informo al fantasma lo delicado de mi estado, lo frágil de mi condición, el porqué de mi despedida. Entonces mis ojos se deshacen en gotas muertas revueltas con tus sonrisas esquivas y ya no soy tan fuerte, pero aún consigo arrastrarme al otro lado de la cama. Siento que esa maldita sombra fantasmal me abraza y escucho sus chillidos de desesperación y oigo cómo ruega que no la deje perderse en las tinieblas de la soledad, pero ya decidí y vuelvo a ser fuerte y no necesito ver hacia atrás para saber que no hay nada, ni siquiera nada. Mi voluntad y tu recuerdo son una pareja maniática, pero bien coordinada. Se las arreglan para engendrar una bestia licántropa enardecida y mojada y rabiosa. Debí obedecerte y alejarme hace mucho tiempo. Las fauces del lobo se cierran, completando el augurio que inicio con la lluvia, y mi corazón… mi corazón ya no vuela, ya no suplico a las lunas que lo atrapes, te lo has cenado antes de dormir. Tampoco quiero que vuelva. Tampoco olvido que fue tuyo hasta hacerme rabiar, hasta volverme taciturna, hasta volverme bruja. Te agradezco todo, hasta lo que esta por venir. Nada, ni siquiera nada.
Sé que al contacto con el agua me convertiré en una muñeca de harapos, y la madrugada me marchará de auroras plateadas y no habrá elixir capaz de revivirme, ni cuervo deseoso de picotearme, ni hada que intente transformarme. No habrá lunas llenas que no se vacíen ante mi precipicio, ni desiertos desolados que no se inflamen ante mi mirada, ni terremotos universales que no se estremezcan bajo mi respiración volcánica. No habrá una sola primavera que sobreviva a mis dragones, ni un sólo dragón que sobreviva a mis zarpazos, ni un sólo zarpazo capaz de resistir mi paso desvanecido por las selvas. Reposaré en el castillo, y nada, ni la nada lo impedirá. Y no habrá fin después del siguiente punto, así que cerraré los ojos ahora, y te dejaré libre, y ya no serás mi personaje y por fin desapareceré de un mundo que no es el mío.
Andrea González
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