20101116

VERANO ETERNO

Me quedé sentado mirándola, esclavizado a sus movimientos suculentos y escalofriantes, más propios de la llama de una vela, que de una mujer como aquella. Julia era su nombre, y veraniega su belleza. Sus cabellos parecían tener mente propia, y jugaban a alcanzar las estrellas que se divisaban a través de la ventana semioculta en la pared del fondo, y yo, hipnotizado, me quedé sentado mirando el espíritu que escapaba de aquellos ojos azules. Era la bailarina de un bar llamado “La Esperanza”, curioso nombre para una pocilga, en la que por lo menos 50 hombres se amontonaban noche tras noche para ahogar sus penas. Lentamente, igual que resbalan las gotas de agonía de una llovizna, se escapó de mi propia y olvidada melancolía una lágrima fría, enemistada con la cálida figura de Julia. Y es que, pudo ser… o quizás lo fue… La recuerdo siempre, sumergida en aquel patético baile, consumiéndose en la música ordinaria, embargada por las incontables tragedias que la habían conducido a la ruina, y que ahora, sí, en ese momento, se agolpaban en su memoria, a empujones, igual que los hombres que luchaban entre sí para entrar al bar y verla bailar. Y recuerdo haberla visto temblar, en aquella noche ventosa de junio, al chocar su majestuoso calor con el tenebroso y gélido horizonte de la salida del bar. Y recuerdo su abrigo negro cubriendo cual segunda piel su piel blanca y dueña de la suavidad de las nubes, y la miro sacudida por el miedo a mirarme, al mirar este solitario rostro, el rostro de un don nadie, que la arrastró junto al empedernido viento para adueñarse por completo de la poca virtud que aún conservaba la joven… esa joven cuyo nombre no recuerdo, ni creo haber conocido jamás… quizá una vez, quizá seis… quizá cada vez que en un mes llegaban más bailarinas al bar, como llegan nuevas nevadas al invierno, como llegan nuevas almas al infierno. Sí, las recuerdo bien, recuerdo haberlas poseído con funestos pensamientos, mientras mis labios impíos manchados de tierra las besaban, cómplices del viento de aquel mes, que no recuerdo haber vivido… y recuerdo los ensordecedores latidos de sus corazones destrozados, mis dedos ensangrentados… o quizá ya no lo hago… ya sólo recuerdo el viento… lo necesito, lo deseo; igual que me desesperé por Julia, así hoy me desespero en mi celda, castigado, sin poder huir de mi junio eterno.

Texto: Andrea González
Ilustración de Jeff Wack

1 comentario:

  1. Yuuuuuuuupi, este cuento tenia que estar aquí, ya hasta lo había olvidaddo un poco, me emociono de nuevo....!!! Sos grande!

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