20110118

¿Dónde juegan las niñas?

Mariana miró sus manos arañadas, sucias, cansadas de tanto buscar entre los escombros. Se las llevó a la vagina y la sintió limpia, húmeda, tibia. Ese era su hogar, nunca profanado por intrusos extraños, siempre acogedor, siempre delicioso. Se llevó los dedos a la boca, los lamió, los besó. Se acarició el cabello desgreñado.
Silvia piensa en visitar a su novio, regalarle una playera, besarlo toda la noche.
Mariana se acuesta entre la ropa sucia, se toca los senos, estruja las semillas de café que parecen comenzar a dar frutos. Se revuelca, muerta de frío y de sed y de hambre. Olfatea sus brazos, se muerde las muñecas hasta que la sangre le alivia el sabor a cenizas de la lengua.
Silvia toma una manzana, la muerde con gracia y la deja en la mesa. Toma un poco de agua, se limpia el sudor de la frente con una servilleta.
Mariana grita, mueve la cabeza hasta hacerse daño en el cuello. Trata de levantarse pero cae de espaldas. Sus pies están torcidos, sus dedos no responden. Tiene las rodillas cortadas a navajazos, los labios resecos, quemaduras de cigarro en el ombligo.
Silvia se mira en el espejo, se arregla el cabello con un peina azul. Se rasca las orejas y piensa en cocinarle sopa a su madre.
Mariana se ríe, se talla las axilas con esas manos tan maltratadas. Golpea su cabeza contra el piso. Tiene pus en las heridas, y los gusanos se arrastran por el rastro de orina de gato que hay en el rincón cercano a sus cabellos desparramados por el suelo de madera.
Silvia come ahora un chocolate. Teme resfriarse: hace frío. Afuera está lloviendo. La música de la sala vuela hasta la sonrisa tierna que se acaba de posar en su rostro.
Mariana no recuerda su nombre, no escucha su voz. No siente su cuerpo ni a las ratas que comen gusanos y hombres y mujeres. Un polvito blanco se le mete en la nariz. Hay espuma por todas partes. El agua gotea sobre sus ojos, y también desde sus ojos.
Mariana y Silvia no saben porqué están juntas, pero yo quiero que sepas que ninguna de las dos historias tiene un final feliz.

Andrea González

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